Carta a la habitante del bosque

Desde la plaza Rubén Darío, 
en un día que bien puede ser ayer

¿Cómo estás? ¿Qué tal te va? ¿Qué haces recordando viejas nostalgias? Te escribo esta carta atemporal que leerás cualquier día de estos en que la lluvia te traiga el recuerdo del bosque que ya no existe y por el que alguna vez caminamos.

Tus pájaros me visitaron cierta mañana de marzo y me contaron muchas cosas de ti. Me alegré de todas ellas y les pedí que te llevarán un abrazo de los que nunca te di. ¿Recuerdas que nuestras caminatas eran en el más absoluto silencio? Incluso ahora, cuando transito por esas calles, lo hago en silencio para homenajear aquel verano de 2006. Aún conservo la pintura que me regalaste ¿La recuerdas? Un oscuro bosque donde, a trasluz, un pequeño ser que decías ser tú vivía refugiado. Tu tristeza se ha transformado hoy en alegría. Del bosque de tu adolescencia hoy brotan lirios, buganvilias, hibiscos y glicinas. Me pregunto si parte de esas semillas (algunas pocas, tal vez) también las sembré yo.

En la carta que me escribiste hace ya tantos, tantísimos años, me pediste que, si en el futuro dejábamos de vernos, no te odiara. Que sentías que eras un diamante que solo podía dar brillo, pero no calor. Hoy te pido lo mismo, no me odies por favor. Aún lucho con mi falta de expresión.

A veces, muy escasamente, suelo verte caminar por la ciudad y una tristeza me invade, por haber dejado todo inconcluso. Quisiera acercarme, con total normalidad y pedir que me perdones por haber hecho las cosas tan mal. Te debo una explicación, pero no sé cómo explicarme.

Tus pájaros me contaron que te has casado y que has abrazado el cristianismo. Mi felicidad por ti no puede ser mayor. ¿Te imaginabas así en tu adolescencia? Como cambia la vida con el paso de los años. Neruda escribió: «nosotros, los de antes, ya no somos los mismos». ¿Cómo seremos en una década, dos o cinco más? ¿qué tan distintos seremos al ahora? Me imagino calvo, pero con la misma tranquilidad de mi leve ser. Te imagino con la misma expresión ida que tenias en el colegio, pero más feliz, sonriente y serena.

Mis deseos hacia ti puedo expresarlos mediante aquello que nos une: «Goza de la vida con el hombre que amas, todos los días de tu vida.» (Eclesiastés 9:9 Santa Biblia, Edición SUD). Disfruta la vida, aprovecha cada momento. Encuentra su color con la persona que amas. Tus hijos, si lo decides, no te ausentes de ellos como sentías que tus padres lo hacían contigo (espero sinceramente que el tiempo te haya acercado a ellos). Las historias no deben porque volver a repetirse. Yo enseñaré a los míos (mis futuros) el valor de la valentía, para que no repitan mis errores. Vive, ríe, disfruta y ama. Llena tu baúl de pequeños tesoros, de microemociones que nos desbordan el alma y nos hacen tener fe en que el futuro no será sombrío.

Habrá momentos malos, lo sé. No desfallezcas. Apóyate en quienes más te aman. No te rindas, no cedas, la oscuridad es más grande poco antes de la salida del sol. Espero que si estás leyendo esto, no sea porque te ha invadido la soledad. Pero si así lo fuera, estoy convencido de que tienes muchas personas a tu alrededor que te aman y tienes mucho amor que entregar. No te rindas, Andrea. Nunca te rindas.


Hemos cambiado, es cierto, pero en el fondo los adolescentes que éramos aún viven. ¿Volverán a reencontrarse esos adolescentes? Si es la voluntad de Dios que nuestros caminos se crucen en una edad postrera y podamos compartir, agradecidos del día a día, nuestras historias de vida, que así sea. 

No te preguntes cuando escribí esta carta. Estas palabras son atemporales y están dirigidas a ti sin importar los años que hayan transcurrido desde que han sido escritas. Si alguna vez me ves caminando por la ciudad, una leve sonrisa mutua me dirá que estamos en paz.

Te deseo un futuro prometedor, que tus anhelos se cumplan. Que envejezcas feliz y satisfecha de días. Que en tu bosque hallen refugio bandurrias, cernícalos, gorriones y chincoles. Que tu manantial siga llenándose de alegría, que brote el musgo y los gráciles nenúfares den cobijo a los pequeños peces. Que el bosque, que es tu corazón, halle la plenitud de sus días.

Esperando que una de tus garzas te lleve mi mensaje a través de las corrientes del tiempo y la distancia...

Tu amigo silente


Pensamientos de Ana Cohen

Trataria de tocar el cielo con las manos, pero no se puede. ¿Puede un ave volar sin alas? Sí, considerando que el pensamiento es libre, puede hacer lo que quiera. ¿Se puede acaso explicar lo que se considera inexplicable? ¿Pregunta sin respuesta?. Si se da la idea de pensar de una forma abierta y libre, no significa que las actitudes serán malas.



Fue mucho el tiempo en que estuve sin ver la claridad de las estrellas, aún así las miraba. Estuve con personas que no hablaban de otra cosa que no fuera de ellas mismas, de la importancia de su vestimenta (como te vén te tratan, del que dirán, de lo pasado de moda, de la ñoñeria). Alguien que parecía ausente hablaba en silencio de lo que alguna vez soñó: Que el amanecer era una tortura, que estaba cansada de que nadie la escuchara y que la dureza de las otras personas rasmillaba su alma. Pero continuaba allí, como un espantapájaro de hielo, derritiendose con el sol de la mañana. Nadie parece ver más allá de la sola presencia de una persona. He oido decir que muchos odian personas sin conocerlas. 


Estuve mirando de frente el camino que no pude tomar. Un paso tras la linea y la historia hubiese sido diferente. ¿Como sería entonces?. 



Siento la ausencia de mis padres, pero me doy cuenta que siempre estuvieron lejos de mí, o yo de ellos. ¿Quien se alejó primero? Simplemente no nos dimos cuenta. Quisiera volver atrás para saberlo.



Caminé sin rumbo un día viernes de otoño, la luz del sol ahora es mas amigable, baña las paredes de las viviendas construidas por los hombres. Las aves vuelan en un cielo díafano. Una brisa ligeramente fria, nada parece importarme, camino y solo camino. El follaje de los árboles hace captar mi atención, el cambio ha sido brusco. Se me viene una idea: luego de la muerte de las hojas, el cielo se oscurece guardando luto por ellas. Hubo un tiempo en que deseé marcharme lejos, salir de la vida de todos y de todo.


Bautizaré las esquinas con nombres amigables, veré a los ojos de la gente y escribiré cartas a las garzas para que lleven mi mensaje y sean mis ojos en aquellas alturas donde vuela. Que vean por mí lo que yo no tengo el privilegio de ver. Diganle al mar que es hermoso, diganle a los bosques que los extraño y a los campos, que deseo correo por ellos.